Queridos, Tallernautas:
El próximo sábado 05/05 nos volveremos a encontrar para compartir el segundo taller que estará destinado a la cosmogonía.
El sábado 21/04 trabajamos el concepto de mito y ampliamos saberes sobre la mitología de Grecia y Roma. Compartimos inolvidables relatos e invenciones.
Una de las actividades del taller consistió en leer un mito inconcluso e imaginar su posible desenlace.
El grupo de Nahuel, Pablo, Facundo y Santiago debió leer el mito de Ceix y Alción. Algunos de ellos ya conocían el final original, por lo cual el desafió fue mayor: pensar un desenlace que se asemeje lo menos posible al verdadero. Por supuesto, lo superaron :)
Manuel, Cristian y Francisco leyeron el mito de Baco y el rey Midas, y el final que inventaron nos sorprendió gratamente a todos. Cabe señalar, que ellos son los talleristas más jovencitos del grupo.
A continuación, compartimos con ustedes versiones online de los mitos señalados y los finales inventados por los chicos. ¡Esperamos que los disfruten!
Ceix y Alción
Alcíone era la esposa
de Ceix, hijo de Eósforo y rey de Traquis en Tesalia. Era considerada por unos
autores hija de Eolo, el Dios de los vientos, y Enárete o Egiale; y por otros
del hijo homónimo de Helén. Ambos eran muy felices y fueron padres de Hípaso e
Hilas.
Ceix marchó a Claros (Jonia) para consultar un oráculo, pero
naufragó durante la travesía, ahogándose. Sabiendo de la muerte de su esposo
por Morfeo, Alcíone se arrojó al mar. Apiadándose de ellos, los dioses
transformaron a la pareja en martines pescadores o alciones. Se cuenta que
cuando estos pájaros hacían su nido en la playa las olas amenazaban con
destruirlo. Eolo contenía sus vientos y hacía que las olas se calmasen los
siete días anteriores al día más corto del año (y varios después), para que pudiesen
poner sus huevos. Estos días pasaron a llamarse «días del alción», y en ellos
nunca había tormentas, por lo que este pájaro se convertiría en símbolo de la
tranquilidad. Durante estos días no debían ocurrir ni disputas, ni
problemas, estaban dedicados a la paz absoluta.
Midas y Baco
Estaba un día Baco, el dios del vino,
almorzando con el rey Midas, ambos despreocupadamente y de muy buen humor. Después de haber disfrutado de
una deliciosa comida, en agradecimiento a tan generosa hospitalidad, Baco le
concedió al rey un deseo, pudiendo elegir cualquier cosa que quisiera.
Encantado con esta
oportunidad que se le presentaba, decidió pedirle que todo lo tocara en
adelante se convirtiera en oro, y lo miró con incredulidad teniendo la certeza
que este pedido era imposible de satisfacer.
El dios Baco se decepcionó con su pedido,
teniendo en cuenta que el rey Midas ya era muy rico, pero éste insistió diciéndole
que el oro nunca era suficiente.
Convencido que eso era lo que el rey
deseaba, decidió concedérselo tal como lo había prometido y luego se marchó.
El rey Midas al ver al dios Baco
alejarse con su caballo levantó la mano para saludarlo y sin querer rozó con
sus dedos la rama de un hermoso árbol e inmediatamente esa rama se transformó
en oro.
Enloquecido de felicidad por ver su
deseo cumplido, observó a su alrededor, tomó una piedra del piso y con gran
alegría pudo ver que ésta se convertía en oro al instante y que la arena que
tocaban sus pies también se transformaban en granos de oro.
De la gran alegría que sentía, no
pudo evitar ponerse a gritar a los cuatro vientos diciéndoles a todos que era
el hombre más rico del mundo.
A su paso todo a su alrededor se
convertía en oro, los campos sembrados, las plantaciones de maíz, los frutos de
los árboles, y hasta las paredes de su propio palacio.
Los sirvientes no podían creer lo
que veían y no se atrevían a acercarse al rey que bailaba como un loco en el
jardín rodeado de plantas y flores de oro, por temor de quedar convertidos
ellos también en estatuas de oro.
Todos se pusieron a festejar muy
contentos de ver a su rey tan feliz lavándose las manos en el agua de una
hermosa fuente que pronto se convirtió también en oro.
Una vez que se calmó su entusiasmo y
se sintió cansado y hambriento pidió a sus sirvientes que le sirvieran su
comida.
Un fabuloso banquete estuvo a su
disposición de inmediato y el rey se sentó a la mesa con la intención de
disfrutar de todos esos exquisitos manjares. Pero grande fue su decepción
cuando se llevó a la boca un trozo de sabrosa carne y ésta se transformó en
oro.
Midas quedó desconcertado y tomó con
más cuidado un trozo de pan crujiente, pero apenas lo tocó también se convirtió
en oro.
Así se dio cuenta que su vida corría
peligro, porque tampoco podía ingerir agua ni bebida alguna porque se
transformaba en el dorado metal.
Desesperado, se puso de rodillas y
elevando sus brazos al cielo se arrepintió de haber sido tan ambicioso y rogó
al dios Baco que lo liberara de su codicioso deseo que seguramente lo mataría.
Sus sirvientes se compadecieron de
él pero vanos eran sus intentos para ayudarlo; hasta que de pronto, el dios
Baco apareció imprevistamente en el jardín del palacio, alegre como siempre, se
puso frente al rey que permanecía arrodillado y le dijo que se levantara.
Señalándole que había sido ambicioso y necio, lo
tranquilizó diciéndole que lo perdonaría, debiendo sumergiera en el río para
deshacer el hechizo.
Así, el rey Midas aprendió la lección y regresó
a su palacio muy feliz a saciar su sed y su apetito, con la serena convicción
de que de ahora en adelante no sería más un hombre tan necio y codicioso.